miércoles, 14 de abril de 2010
Amsterdam, al fín
Hace unos días he saldado una cuenta pendiente que tenía desde hace muchos años: por fín he visitado Amsterdam, y a pesar de que con los años la tenía un poco mitificada, la verdad es que no me ha decepcionado.
Y no por lo evidente, pues me lo esperaba: su Barrio Rojo con el "mercado de la carne" en sus escaparates, sus canales y casas flotantes, sus miles de bicicletas por todas partes (a veces no entiendo cómo encuentran su bici en esos aparcamientos de miles de bicis juntas), sus peculiares casas de ladrillo estrechas y altas, su enorme Estación Central, la casa de Anna Frank, los Coffee Shops, el Museo Heineken (yo que siempre pensé que era una cerveza alemana), esas mujeres holandesas tan altas como yo... Todo eso ya lo conocía por la tele o de oidas, y en general ha respondido a las imágenes e impresiones que ya imaginaba.
Pero lo mejor ha sido el ambientillo general de sus calles: esas muchedumbres de jóvenes de todas partes por la calle a todas horas, esas calles tan llenas de todo menos de coches (otra grata sorpresa de la ciudad), esos tranvías que pasan cada poco (con su peculiar campana) y te llevan a cualquier parte en 10-15 minutos, esos olores a comidas rápidas para llevar, y esa sensación de que subido a una bici ya eres uno más. En definitiva, ese ambientillo general que te hace añorar cuando eras estudiante y pensar que cómo no hice un año de Erasmus en esta ciudad del caos organizado y del desorden dentro de un orden...
Y entonces me dí cuenta de que uno va ya para antiguo...
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No te preocupes, Pep. Todavía puedes venirte a vivir a una ciudad parangonable a Amsterdam, usease Madrid: obras por doquier, ruido, caos urbano, cemento (acaban de sepultar Callao bajo un manto), caras de mala leche...Lo que no tenemos son coffee-shops para pillarte un buen colocón y olvidarte del asunto; pero si lo plantas en casa siempre tendrás a algún vecino dispuesto a denunciarte. ¿No es el paraiso?
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