lunes, 26 de abril de 2010

Ávalon



Esta fin de semana he cenado en un restaurante de Barcelona llamado Ávalon, y si he de ser sincero lo elegí por el nombre, que me sugería leyendas artúricas, islas lejanas... El restaurante en sí no tenía una decoración medieval o mágica, sino que era uno más de los lugares "de diseño" tan en boga en esta ciudad (y en otras). Sin embargo, la elección me desveló mi verdadero estado de ánimo, el deseo de huida de la realidad, de evasión...

Consultando en Wikipedia (ese nuevo oráculo internetero), dice lo siguiente:

"Ávalon o Avalón es el nombre de una isla legendaria de la mitología celta en algún lugar de las islas Británicas donde, según la leyenda, los manzanos dan sabrosas frutas durante todo el año y habitan nueve reinas hadas, entre ellas Morgana. El mismo nombre del lugar derivaría de la palabra celta abal, manzana. (...) Parece que las brumas de Avalón cubren con su mítico velo el lugar de reposo de Arturo Pendragon. Tras la batalla con Mordred, Arturo, moribundo, fue llevado a Avalón por Morgana, la hechicera y hermanastra del rey. (...) Se dice que Arturo fue acostado en una cama dorada y Morgana sigue velando el cuerpo de su hermano.".

Desde luego, no es que quiera morir y ser enterrado por alguna Morgana en algún Ávalon, prefiero las experiencias vitales y no mortales... Pero ¿qué tal si alguna Morgana me llevase lejos, a alguna isla lejana, y las brumas nos escondieran de la realidad?

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miércoles, 14 de abril de 2010

Amsterdam, al fín



Hace unos días he saldado una cuenta pendiente que tenía desde hace muchos años: por fín he visitado Amsterdam, y a pesar de que con los años la tenía un poco mitificada, la verdad es que no me ha decepcionado.

Y no por lo evidente, pues me lo esperaba: su Barrio Rojo con el "mercado de la carne" en sus escaparates, sus canales y casas flotantes, sus miles de bicicletas por todas partes (a veces no entiendo cómo encuentran su bici en esos aparcamientos de miles de bicis juntas), sus peculiares casas de ladrillo estrechas y altas, su enorme Estación Central, la casa de Anna Frank, los Coffee Shops, el Museo Heineken (yo que siempre pensé que era una cerveza alemana), esas mujeres holandesas tan altas como yo... Todo eso ya lo conocía por la tele o de oidas, y en general ha respondido a las imágenes e impresiones que ya imaginaba.



Pero lo mejor ha sido el ambientillo general de sus calles: esas muchedumbres de jóvenes de todas partes por la calle a todas horas, esas calles tan llenas de todo menos de coches (otra grata sorpresa de la ciudad), esos tranvías que pasan cada poco (con su peculiar campana) y te llevan a cualquier parte en 10-15 minutos, esos olores a comidas rápidas para llevar, y esa sensación de que subido a una bici ya eres uno más. En definitiva, ese ambientillo general que te hace añorar cuando eras estudiante y pensar que cómo no hice un año de Erasmus en esta ciudad del caos organizado y del desorden dentro de un orden...

Y entonces me dí cuenta de que uno va ya para antiguo...

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